Aterir
- Mira Rubén, asómate, la pandilla está acurrucada sobre esa rama.
- Están ateridos de frío, pobrecillos.
- Sí, pero se ayudan unos a otros a sobrellevarlo, es una imagen tan bonita...
- ¿Qué te ocurre?
- Nada, que he leído el periódico y me he quedado bastante triste.
- No sé si preguntar.
- Son dos historias acerca de mujeres que me han dejado como a nuestra pandilla, con necesidad de acurrucarme y no pensar en nada más hasta que pase el frío.
- Cuéntamelas, igual te ayuda.
- Vale, pero no te contaré la realidad, sino como yo la siento.
.....
Mientras se miraba al espejo, la elegante dama perfilaba sus labios y acababa de dar los últimos retoques al maquillaje. Había sido una mujer bella, incluso ahora lo era a pesar de que se notaba como pesaban sus sesenta y cinco años.
Su hijo vivía fuera de Madrid, desde hace años y apenas iba a visitarla. Al menos sus amigas, con las que tomaba el café todas las mañanas suplían esa cantidad de afecto que necesitaba. Ya había renunciado a conseguir un empleo, no tenía formación, ni experiencia y en su divorcio no pidió nada que su marido no quisiera darle, por dignidad, y nada fue lo que obtuvo.
Miró alrededor y echó un último vistazo a su estudio de cincuenta metros, miró sus cosas, las que habían quedado después de varias mudanzas desde su casa de la sierra a varios pisos, cada vez más pequeños. Pensó en esa amiga que le había ofrecdo la posibilidad de compartir piso con ella y su familia, de ocupar una habitación hasta que todo mejorara y pudiera salir de ese bache. De ese profundo bache del que sabía que nunca saldría porque la vida para la que la educaron, el futuro que esperaba, nunca llegaría.
Se pasó el cepillo por el rubio y ondulado cabello y se miró a los ojos, invadidos de una profunda tristeza que se había prometido que no sentiría y entonces escuchó el timbre de la puerta.
- Abra, somos la Policía, abra por favor.
Irguió la cabeza y se sonrió, así que este era el final. Recordó cuando era una niña y jugaba con su pequeño perro al escondite, entre los árboles del pinar que rodeaba su casa, recordó cuando conoció a su marido y se enamoró perdidamente de él.
- Señora, abra, no nos lo ponga más dificil, tiraremos la puerta abajo.
La sonrisa apenas se sostenía mientras una lágrima rodaba por la mejilla, recordó cuando dió a luz a su querido hijo, cuando lo sostuvo en sus brazos, cuando le llevó al colegio por primera vez...
- Señora, soy el conserje, abra por favor, puede subir a mi casa mientras acaban.
Toda una vida resumida en una lágrima.
Se dirigió a la ventana y la abrió, aún no había amanecido, apenas despuntaba la luz del sol y sintió una pequeña punzada de decepción, le hubiera gustado ver un último amanecer.
Escuchó los golpes en la puerta, cada vez más fuertes y se subió a la silla, sólo un paso más y ya habrá acabado todo.
Sólo un paso más.
.....
- Jope Elisenda, qué horror.
- La vida es así, mi vida es así... aquí tienes la segunda.
.....
Nunca le contó que el primero de sus cuatro hijos había nacido muerto.
Se había quedado embarazada después de que se casaran, en la luna de miel, y fue tanta la ilusión que sintió y quería que todo saliera tan bien, que esperó a decirle que su deseado hijo estaba en camino, hasta que fue demasiado tarde.
La noche que abortó él estaba de viaje y se encontró perdida, con su pequeño en sus brazos, cubierto de sangre y sin vida y aún así, pudiendo sentirle tan hermoso y eterno.
No comprendía por qué no podía vivir cuando su amor por él era tan grande.
Le acunó y le lavó, le puso suavemente sobre la cama y le besó, permaneció junto a él toda la noche y todo el día, y llegó de nuevo la noche.
Sacó la mantita que había tejido en secreto para cuando naciera y le abrazó con ella, le envolvió y le acostó dentro de una pequeña caja de madera.
Cada vez que subía las escaleras podía sentirle allí abajo, envuelto en su pequeña manta, acostado en su cajita. Primero lo había escondido en el armario de las sábanas, donde sabía que su
marido nunca iba a mirar, pero cuando nacieron sus otros hijos tuvo que
tener más cuidado y lo escondió en el armario bajo la escalera. Hasta que ya no importó porque todos fueron marchándose de su hogar y la
dejaron sola.
Se marcharon todos menos él, su querido hijo siempre estuvo con ella, siempre la acompañó. Antes de morir pensó que sería de él, qué ocurriría cuando lo encontraran, qué pensaría su marido y su nueva mujer, sus otros hijos y sus familias, qué clase de persona pensarían que era.
Y se sorprendió a sí misma cuando supo que no le importaba, había pasado su vida junto a su pequeño hijo, en cada acontecimiento importante había entrado en el pequeño armario y junto a la caja de madera, le había ido contando cómo era la vida que estaba viviendo para él. Más de cincuenta años compartidos en secreto, con tanto amor, con tanta pena.
No le importaba lo que pensaran, solo esperaba que allá donde fuera al morir, él estuviera allí, para sacarlo de su caja y poder mirar al fin sus ojos llenos de vida.
.....
- No vuelvas a leer los periódicos, Elisenda.
- En fin... ¿nos vamos a dar una vuelta?
- Va a ser lo mejor.
El País, Una mujer se suicida cuando iba a ser desahuciada
El País, Hallan un bebé momificado
Palabra del día:
aterir
De or. inc.; quizá del m. or. onomat. que tiritar.
U. solo las formas cuya desinencia empieza por -i.
1. tr. Pasmar de frío. U. m. c. prnl.
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